Todo lo que sé sobre los helechos
Siempre que algún amigo me pide consejo sobre qué planta comprar para el interior de su casa le suelo recomendar el poto o el helecho porque, y perdonad que utilice slang de señora, son plantitas muy agradecidas.
Como bien dice mi madre las plantas no tienen tanto misterio y solo se te mueren por dos razones: o las estás regando poco o las estás regando demasiado. El problema está a veces en acertar con este equilibrio de los riegos y la mayoría de los humanos terminamos ahogando a nuestras pobres plantitas o regándolas solamente cuando nos miran todas mustias desde el rincón. Pobrecitas mías.
Por eso el poto o el helecho son apuestas seguras: son plantas casi acuáticas, de modo que tendrías que regarlas como a una garganta en Nochevieja para que les sentase mal. Pero además, son plantas increíblemente resistentes, de modo que si eres una persona olvidadiza que tiende a pasar por alto que convive con otro ser vivo, el poto y el helecho aguantarán todos tus desaires. Simplemente colócalas en un lugar donde no les dé el sol de manera directa, recuerda que de vez en cuando tienen sed y pronto verás los resultados.
El helecho, en concreto, me fascina. Mi truco para que sea la chica más guapa del baile me lo enseñó mi tío: mete la maceta del helecho (siempre con drenaje abajo) en una maceta más grande y echa un poco de agua en la base de la segunda maceta, como al helecho le gusta la humedad siempre tendrá fresquito debajo. Y, si puedes, después de regarlo dale con un flis-flis y vaporiza sus hojas, así es más fácil evitar que cojan ese tono amarillento que a veces coge un helecho que empieza a secarse.
Siempre consideré el helecho una planta vulgar y sin gracia hasta que tuve uno. Y ahora tengo dos. El primero tiene ahora unas ramas largas y majestuosas que se mecen con la brisa y dan a mi salón una apariencia selvática. Al segundo lo estoy salvando de una quema al sol: es todavía chiquitito y poco elegante, como si fuera la hermana fea del primero, pero ya está perdiendo el tono amarillento y día tras día veo cómo resucita su verdor. Recuerda: sombra, agua y flis-flis.
Hace poco descubrí un dato fascinante sobre la reproducción de los helechos y sobre cómo el desconocimiento llevó a que la gente creyera que el helecho podía hacerte invisible*.
Los helechos tienen unos puntitos fructíferos en el revés de sus hojas llamados soros. Estos soros contienen esporangios y los esporangios contienen esporas. Cuando el helecho está maduro y el aire está bastante seco, estas esporas literalmente estallan y se dispersan con las corrientes de aire. Si caen en un lugar lo suficientemente húmedo y sombrío, comenzará el baile de la reproducción y así, célula a célula, de un gametofito brotarán órganos masculinos y femeninos que, una vez fecundados, darán vida a un nuevo helecho. ¿Por qué es esto fascinante? Porque os habréis dado cuenta de que se reproducen sin semillas. De una explosión sale otro helecho: es casi orgásmico.
La gracia está en poner la reproducción del helecho en un contexto histórico, en concreto, en la Edad Media. En la Edad Media se creían muchas cosas, como que los bebés no sentían dolor o que el tritono (un intervalo musical que abarca tres tonos enteros) podía invocar al mismísimo Satanás. También se creía que la única manera de reproducción de las plantas era mediante semillas. Y, para explicar que el helecho no las tenía, nada mejor que echar mano de la magia: las tenía, pero eran invisibles.
Y no solo eso, sino que durante muchísimo tiempo existía la creencia de que las semillas del helecho podían darte el poder de la invisibilidad. Es por esto que, durante la noche de San Juan, momento en el que se pensaba que florecía el helecho, existía la tradición de poner paños de lino en el suelo para recoger su poderosa (e invisible) semilla.
La creencia era tal que llegó a aparecer en una de las obras de Shakespeare y recorrió toda Europa hasta alcanzar a las famosas brujas de Extremadura. En un libro de 1883 sobre el folclore español, en el que se recogían cuentos y leyendas de nuestros país, se mencionan a las brujas extremeñas y a sus pócimas con semillas de helecho: “pues mil veces he oído a personas decir que las brujas son mujeres que tienen la propiedad de hacerse invisibles mediante amuletos y brebajes que confeccionan al efecto”. Tan arraigada está esta creencia que, hace poco, una señora extremeña relató cómo de pequeñita se enfrentó a las “brujas invisibles” y, si buscas “helecho invisibilidad” en Google te saldrán un montón de youtubers magufas que dicen tener la receta para que nadie te pueda ver.
El helecho, en definitiva, ha sido más que una planta, todo un enigma a lo largo de la historia. Cuesta creer que una planta tan común y cercana como el helecho fuese todo un misterio, pero como os adelantaba al principio de este artículo, el helecho no tiene ningún misterio: no necesita más que sombra, agua y flis-flis.
*En el libro ‘Un año en los bosques’ de Sue Hubbel: una novela-testimonio de no ficción fascinante y que os recomiendo 100%. Cuando Sue Hubbel y su marido se hartaron del capitalismo (en concreto, al saber que con sus impuestos estaban costeando la guerra de Vietnam, que no apoyaban en absoluto) se fueron a vivir a una cabaña a las montañas, donde ella se hizo apicultora y pasó a ser conocida en los alrededores como la Dama de las Abejas. Pronto se divorció de su marido, pero se casó con los bosques. En el libro utiliza el recurso del paso de las estaciones para hablarte de plantas, animales, insectos y de los sentimientos y alteraciones que la naturaleza provoca en el ser humano.